Si consumimos agua en grandes cantidades durante o después
de las comidas, disminuimos el grado de acidez en el estómago al diluir los
jugos gástricos. Esto puede provocar que los enzimas que requieren un
determinado grado de acidez para actuar queden inactivos y la digestión se
ralentize. Los enzimas que no dejan de actuar por el descenso de la acidez,
pierden eficacia al quedar diluidos. Si las bebidas que tomamos con las comidas
están frías, la temperatura del estómago disminuye y la digestión se ralentiza
aún más.
Como norma general, debemos beber en los intervalos entre
comidas, entre dos horas después de comer y media hora antes de la siguiente
comida. Está especialmente recomendado beber uno o dos vasos de agua nada más
levantarse. Así conseguimos una mejor hidratación y activamos los mecanismos de
limpieza del organismo.
En la mayoría de las poblaciones es preferible consumir agua
mineral, o de un manantial o fuente de confianza, al agua del grifo.
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